[Cleantecture: El sueño de Javi]

El jueves fui a visitar la exposición de un amigo, y no, no puedo ser objetivo:

«No hubiera hecho falta que se presentara. A Javi, a él, le conocí más tarde, aquel día. Aquello fue pura física, desvirtualización si queréis, pero lo que había significado e iba a significar lo tenía muy claro desde hacia tiempo. Pura inspiración.

“Veggie Burger”, esa fue su elección, lo mismo para mi, de Javi me fío. Esa no fue nuestra primera cita, ya habíamos compartido sushi, atardecer, escenario, atril y hasta nocturnidad con alevosía. Nunca la hubo, ni hizo, ni ha hecho falta.

Al igual que su fotografía, él es transparente, no necesita dorados envoltorios y lazos rojos, lo suyo es esencia, sin purpurina. Cada cuidado detalle en sus creaciones es una sutil descripción de su persona por lo que no hizo falta más que aquel:“Hola, soy Javi”, todo lo demás hubiera estado fuera de lugar.

Posee esa insultante maestría para componer con las líneas. Las que se ven y las que no. Y las retuerce. Te hace recorrer su obra en el orden exacto en el que ha de hacerse. Como si de una de sus sesiones se tratara te atrapa en sus lienzos como en la pista de baile.

Su obsesiva búsqueda del color perfecto tiene un Junguiano origen, estoy seguro. Nunca me lo ha explicado, no ha sido necesario. Esos tonos, los suyos, los de sus fotos, quieren pero no llegan a ser escala de grises. No es por cobardía, es por respeto.

Respeto al color de sus maestros. A la corbata y las gafas de Miles y las notas de Marvin. Es por las teclas del piano de Nina y los ojos de Aretha. Es por el cine, por el buen cine, el de Bogart haciendo poesía con el humo de su cigarro. Por ser el color del hormigón, el de Le Corbusier y el de Mies. Lo es, sobre todo, por la fuerza de la sombra del sol Mediterráneo al medio día y los infinitos matices de su luz.

Lo de Javi es música para nuestros ojos. Nos obliga a escuchar su arquitectura y nos invita a leer en cada una de sus armonías. Como si de una partitura se tratará no duda en secuestrar cada elemento que osa cruzarse en su camino, despojándolo de artificio y transformándolos en una suerte de perfecta y estilizada composición.

Muy despacio, con la misma suavidad con la que se deja caer la aguja sobre el vinilo, con esa pausa hay que ver su obra. Una, dos,…, cien veces. Nunca te cansas. Tratar de descubrir las historias tras esas fachadas que Javi se encarga de humanizar es un placer, inspirador, pero adictivo.

Cuidado.»

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